martes, 4 de noviembre de 2008

POESÍA Y CASCOS


La llegada del otoño conlleva para mí el cambio de casco, y sustituyo hasta dentro de unos cinco meses el mediohuevo Helix negro (todo un clásico) por un integral. La mudanza tiene varias consecuencias: primero, el viento no me corta la cara; segundo, oigo poco el tráfico, y tercero y como resultado de lo anterior, la tendencia a la introspección cuando voy en moto se multiplica por el número de Avogadro.

Todo esto me recuerda a un viejo post de un blog que solía leer, en el que se comparaban dos cascos muy diferentes: por un lado, el que usan los teóricos de la conspiración yanquis para que la CIA no lea sus pensamientos (parece ser que hay quien no se lo quita de la cabeza en este simpático país en trance electoral), y por otro, el de una instalación de Paul Davies que funcionaba así: el visitante de la exposición era invitado a colocárselo en la cabeza con la promesa de oír a Dios. Una vez con él puesto, uno escuchaba los sonidos que captaban unos micrófonos puestos en la entrada de la sala, es decir, gente charlando, según la premisa que dice que dios son los otros. Todo muy simpático, pues. El bloguero en cuestión (de quien me distanció un malentendido y a quien ya prácticamente no leo, aunque sí sé que ahora está blogueando sobre porno) terminaba elevando los cascos a la categoría de metáforas, y recomendaba el uso indiscriminado del segundo.

Creo que tenía razón. El casco, pero no como metáfora, sino como instancia prelingüística, como (dirían los de la gramática generativa) noema, motor de arranque de la semántica que a su vez constituye las columnas y ladrillos del cerebro, envuelto por él. Introspección versus dialéctica, vendría a decir el amigo Mastronardi. Lo que me lleva a algo que dije el otro día, a propósito del libro de Diego Sánchez Aguilar: que prefería la poesía que no tomaba como unidad predominante el verso sino un conjunto más amplio, la imagen o, por qué no, el poema. Y se me ocurren (pero me callo) ejemplos de lo contrario, de brillantes poetas que parecen haberse aplicado la máxima que dice no permitas que la poesía te arruine un buen verso, por parafrasear un poco. Es decir, excelentes creadores capaces de hacer brillar cada uno de los versos de un poema, pero incapaces de hilvanarlos de ningún modo y cuya noción de estructura abierta es más bien una coartada. Problema del casco, si me permiten. Y si me siguen permitiendo, una receta: que tal vez en poesía sea mejor pasearse a cara descubierta. Tragando mosquitos, encajando ráfagas de viento frío, dejando caer alguna lágrima. Pero escuchándolo todo.

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