martes, 27 de enero de 2009

VOZ

Ocurrió hará cosa de un mes: llevaba a Miguelito a la guardería y empecé a escuchar que ponía voz de falsete, desde el asiento de atrás. Miré por el retrovisor interior: con un muñeco en la mano (Lucho de los lunnis), repetía con voz de pito ¡Socorro, Lubina! (en referencia a otro personaje de los citados lunnis).

Me reí un rato. Conforme se me pasaba la risa pensaba en el milagro que tenía lugar a eso de un metro tras de mí, la cortina recién descorrida en la cabeza de mi hijo, permitiendo la entrada a un universo privado de ficción. Grandes riquezas podrás extraer de ese cuarto oscuro si le prestas atención, etcétera etcétera.

También pensaba en la etimología de la palabra persona, seguramente una de las más conocidas. ¿No es curioso que, en nuestros primeros experimentos con la ficción, deformemos la voz para poder suplantar la identidad de otro? ¿Por qué ligamos nuestra identidad a nuestra voz y no, por ejemplo, a nuestra cara (en cuyo caso Miguelito tendría que taparse el rostro para poder hacer de Lucho)? ¿Estamos ante una etimología natural, valga el oxímoron? ¿Cómo hacen los sordomudos? ¿Cuánto son 400 dracmas?

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