viernes, 5 de diciembre de 2008

CHOMSKY EN ESPAÑOL: LAS ELECCIONES


Llevaba mucho tiempo con el proyecto entre manos de traducir por aquí al castellano las aportaciones de Noam Chomsky a la revista Z, pero ya me conocen a mí y a mi nueva palabra favorita. Pero el otro día hablé del tema con mi vieja amiga Luz Ayuso, filóloga y traductora, y la convencí para abrir esta sección, Chomsky en español para todos ustedes. Las gracias, dénselas a ella.



LAS ELECCIONES

(Noam Chomsky)

La palabra que surgió en boca de todos justo después de las elecciones a la presidencia fue “histórico,” nada más justo. Una familia negra en la Casa Blanca es verdaderamente un evento.

Hubo algunas sorpresas. Una de ellas fue que las elecciones no se decidieron después de la convención del Partido Demócrata. Según los indicadores habituales, el partido en la oposición debería haber obtenido una amplia victoria durante una severa crisis económica, después de 8 años de medidas desastrosas en todos los frentes, incluyendo la peor tasa de paro bajo cualquier presidencia durante una posguerra y un declive inusual de la riqueza media, un líder tan impopular que hasta su propio partido tuvo que rechazarlo y un colapso dramático de la opinión del mundo sobre los Estados Unidos. Los demócratas ganaron, sí, pero por un estrecho margen. Si la crisis financiera se hubiera retrasado un poco, quizá no lo habrían conseguido.

Una buena pregunta es por qué el margen de victoria para el partido en la oposición fue tan pequeño, dadas las circunstancias. Una posibilidad es que ningún partido logró reflejar la opinión pública del momento, cuando el 80% de los estadounidenses piensa que el país camina en una dirección equivocada y que el gobierno se dedica a “velar por sus propios intereses”, “no por los del pueblo”, y un aplastante 94% objeta que el gobierno no presta atención a la opinión pública. Tal y como muestran muchos estudios, ambos partidos se sitúan bastante a la derecha del público en muchas de las principales materias, tanto domésticas como internacionales.

Se podría argumentar que ningún partido que hable para el pueblo sería viable en una sociedad regida por los negocios hasta un extremo inusual. Hay pruebas sustanciales de esto. A un nivel muy general, la evidencia se asegura mediante el éxito profético de la “teoría de la inversión” en política del economista político Thomas Ferguson, la cual sostiene que los programas políticos tienden a reflejar los deseos de los grupos de poder, que invierten cada 4 años para controlar el estado. Ejemplos más específicos son numerosos. Por mencionar sólo uno, durante 60 años los Estados Unidos no han podido ratificar el principio esencial de la ley internacional del trabajo, que garantiza la libertad de asociación. Los analistas jurídicos lo llaman “el tratado intocable de la política americana” y observan que jamás ha habido un debate sobre el asunto. Y muchos han señalado el rechazo de Washington hacia las convenciones de la Organización Mundial del Trabajo, en contraste con la intensa dedicación para conseguir reforzar los derechos monopolísticos sobre los precios de que disfrutan las empresas (“derechos sobre la propiedad intelectual”). Hay mucho donde indagar aquí, pero éste no es el sitio.

Los dos candidatos demócratas a las primarias eran una mujer y un afroamericano. Eso también fue histórico. Habría sido inimaginable hace 40 años. El hecho de que el país se haya civilizado lo suficiente como para aceptar el resultado es un homenaje considerable al activismo de los años 60 y a sus secuelas.

En algunos aspectos las elecciones siguieron patrones establecidos. La campaña de McCain fue lo suficientemente honesta como para anunciar claramente que las elecciones no se basarían en “asuntos”. El peluquero de Sarah Palin recibió el doble del salario del consejero en política exterior de McCain, refirió el Financial Times, probablemente un reflejo adecuado de la trascendencia de las elecciones. El mensaje de Obama de “esperanza” y “cambio” ofreció una pizarra en blanco en la que sus seguidores podían escribir sus deseos. Se podía buscar en la web historiales de posicionamiento de los candidatos, pero la correlación de éstos con las políticas puestas en práctica no es para nada evidente, y en cualquier caso, lo que influye en la decisión de los votantes es lo que la campaña pone en primer y segundo plano, como los gestores de los partidos bien saben.

La campaña de Obama impresionó mucho a la industria de las relaciones públicas, que nombró a Obama “publicista del año”, venciendo a Apple. La principal tarea de la industria es asegurarse de que los consumidores poco informados decidan irracionalmente, socavando así las teorías de mercado. Y reconoce los beneficios de socavar igualmente la democracia.

El Centro para una Política Sensible señala que una vez más las elecciones fueron compradas: “Los candidatos más financiados ganaron nueve de las diez candidaturas y todos menos unos pocos congresistas volverán a Washington”. Antes de las convenciones, los candidatos viables con más fondos procedentes de las instituciones financieras eran Obama y McCain, con un 36% cada uno. Los resultados preliminares indican que hacia el final, las contribuciones a la campaña de Obama estaban concentradas en las firmas de abogados (incluyendo lobbies) y en las instituciones financieras. La teoría de la inversión en política sugiere algunas conclusiones sobre las políticas a seguir por la nueva administración.

El poder de las instituciones financieras refleja el creciente cambio de la economía de producción a la de las finanzas, desde la liberación de las mismas en los años 70, una de las principales causas del malestar actual de la economía: la crisis financiera, la recesión de la economía “real” y la miserable actuación de la economía para la gran mayoría, cuyos sueldos reales se estancaron durante 30 años, mientras las prestaciones sociales se reducían. El responsable de estas impresionantes cifras, Alan Greenspan, atribuyó su éxito a la “creciente inseguridad del trabajador” (que resultó en una “atípica estrechez de los aumentos salariales”)- y los correspondientes aumentos en los bolsillos de los interesados. Su fracaso incluso en percibir la dramática burbuja inmobiliaria, después de los colapsos de las anteriores tecnológicas que él mismo supervisaba, fue la causa inmediata de la actual crisis financiera, como él mismo reconoció a regañadientes.

Las reacciones a las elecciones desde todo lo largo del espectro comúnmente adoptaron la “retórica encumbrada”, que fue la marca de la campaña de Obama. El corresponsal veterano John Hughes escribió que “América acaba de demostrar al mundo un extraordinario ejemplo de democracia en funcionamiento”, mientras que para el periodista de historia británico Tristram Hunt, las elecciones mostraron que América es una tierra “donde los milagros ocurren”, como el “épico triunfo de Barack Obama” (periodista de izquierdas francés Jean Daniel). “En ningún otro país del mundo unas elecciones así son posibles”, dijo Catherine Durandine, del Instituto para las Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Muchos otros no fueron menos delirantes.

La retórica tiene algún sentido si la dejamos para Occidente, pero en otros lugares las cosas son diferentes. Pensemos en la mayor democracia del mundo, la India. La primer ministro del estado de Uttar Pradesh, que es casi el mayor del mundo y es notorio por el horrible trato a las mujeres; no es sólo una mujer, sino una “dalit” (intocable), en el nivel más bajo del desgraciado sistema de castas indio.

Volviendo al hemisferio oeste, considérense sus dos países más pobres: Haití y Bolivia. En las primeras elecciones democráticas haitianas en 1990, los movimientos de base popular se organizaron en los barrios bajos y en las montañas, y aun sin recursos, eligieron a su propio candidato, el sacerdote populista Jean-Bertrand Aristide. Los resultados asombraron a los observadores, que esperaban una fácil victoria del candidato de la elite y de los Estados Unidos, un ex funcionario del Banco Mundial.

Cierto, la victoria democrática fue pronto abatida por un golpe militar, seguido de años de terror y sufrimientos hasta día de hoy, con la crucial participación de los dos torturadores tradicionales de Haití, Francia y Estados Unidos (digan lo que digan nuestras alucinaciones autocomplacientes). Pero la victoria en sí fue, de lejos, un mayor “extraordinario ejemplo de democracia en funcionamiento”, que el milagro del 2008.

Igualmente cierto lo es para las elecciones de 2005 en Bolivia. La mayoría indígena, la población más oprimida del hemisferio (los que sobrevivieron), eligieron un candidato de su misma categoría, un pobre campesino, Evo Morales. La victoria electoral no se basó en la encumbrada retórica sobre esperanza y cambio, lenguaje corporal ni pestañeos, sino en materias cruciales, muy bien conocidas por los votantes: control sobre los recursos naturales, derechos culturales y más. Además las elecciones fueron mucho más allá del hecho de empujar la palanca o los esfuerzos por conseguir votos. Fue un escenario de largas e intensas luchas populares contra la severa represión, que ya habían obtenido grandes victorias, como vencer los intentos para privar a los pobres de agua a través de la privatización.

Estos movimientos populares no acataban solo instrucciones de los líderes de los partidos. Más bien, ellos dieron forma a las políticas que sus candidatos elegidos deberían llevar a cabo. Esto es muy diferente del modelo occidental de democracia, como podemos ver claramente en las reacciones a la victoria de Obama.

En el liberal Boston Globe, el titular del reportaje principal señalaba que “La estrategia de la clase obrera de Obama deja pocas deudas a los grupos de interés”: Unión de trabajadores, mujeres, minorías u otras “circunscripciones tradicionalmente demócratas”. Esto es solo cierto en parte, porque se ignora la financiación masiva por sectores concentrados del capital. Pero dejando el detalle aparte, el reportaje acierta cuando dice que las manos de Obama no están atadas, porque su única deuda es con “un ejército de millones de personas de clase obrera” (que acataron instrucciones pero apenas contribuyeron a formular su programa).

En el otro extremo del espectro doctrinal, en un titular del Wall Street Journal se puede leer “el ejército de la clase obrera está todavía lanza en ristre”, es decir, están preparados para seguir instrucciones para “empujar su agenda, cualquiera que sea”.

Los organizadores de Obama consideran la red de trabajo que construyeron “como un movimiento de masas con un potencial sin precedentes par influenciar a los votantes”, refería Los Angeles Times. El movimiento, organizado en torno a la marca “Obama” puede presionar al congreso para definir su agenda. Pero no desarrollan ideas ni llaman a sus representantes para hacerlas cumplir. Estos estarían entre los “viejos modos de hacer política” de entre los cuales los nuevos “idealistas” se están “liberando”

Es instructivo comparar este panorama con el trabajo de una democracia en funcionamiento como es la de Bolivia. Los movimientos populares del tercer mundo no estarían de acuerdo con la favorecida doctrina occidental de que la “función de los ignorantes y de los outsiders entrometidos” -la población- es la de ser “espectadores de la acción” pero no “participantes” (Walter Lippman, articulando una visión estándar progresista).

Quizás podría haber algo de sustancia en los modernos slogans sobre “choque de civilizaciones”, después de todo.

En los primeros periodos de la historia americana, el público rehusaba mantener la “función” que se le asignaba. El activismo popular ha sido repetidamente la fuerza que ha llevado a victorias esenciales como la libertad y la justicia. La auténtica esperanza de la campaña de Obama es que “el ejército de la clase obrera” organizado para recibir instrucciones del líder se “libere” y vuelva al “viejo modo de hacer política” mediante la participación directa en la acción.



(Traducción: Luz Ayuso)

2 comentarios:

  1. Cuanta lucidez y, por otra parte, ¡qué miedo!, particularmente lo de "la principal tarea de la industria es asegurarse de que los consumidores poco informados decidan irracionalmente, socavando así las teorías de mercado. Y reconoce los beneficios de socavar igualmente la democracia". Concuerda cn la tesis de "storytelling" de Salmon... Entonces ¿ahora el problema son las masas de consumidores engañados/malinformados? ¡qué orteguiano!. ¿En qué lado de la frontera del engaño estamos?

    ResponderEliminar
  2. Chomsky nunca está contento. El problema de ser experto en linguistica y teoria de lenguaje es que siempre impugna el discurso, la narración como sospechosa, sometida a intereses comos si su propia posición no lo estuviera. Creo que hay un momento en el que hay que apostar. Chomsky y la izquierda norteamericana tienen una oportunidad única de influir en la política americana gracias a un idealista pragmático o quizá un escéptico esperanzado que ha negociado con la realidad de la política norteamericana para conseguir esa ventana de oportunidad. Espero que lo aprovechen por el bien de todos y no persista en sus posiciones radicales (y atractivas) pero poco capaces de transformar (a mi me gusta más la posición de un Havel)

    ResponderEliminar