SEBASTIÁN MONDÉJAR / LA HERENCIA INVISIBLE
(Disclaimer: Sebastián Mondéjar es amigo mío, por suerte para mí)
Las dos citas contradictorias que abren este libro, de Claudio Rodríguez y Ezra Pound (Estoy cantando lo que nunca es mío y Tu verdadera herencia es lo que amas, respectivamente) acotan sin trampa ni cartón el territorio al que luego los poemas van a poner cerco. Efectivamente, vamos a asistir al flujo universal de la riqueza, a transferencias de bienes en virtud de títulos cambiantes de posesión, a inversiones y gastos. Por supuesto no de dinero. ¿De qué? Probablemente me he metido en un berenjenal al tratar de responder a esta última pregunta, pero en fin: creo que lo que en este libro fluye y se hereda es la sustancia imprecisa de nuestra humanidad, es decir, nuestro amor, nuestra dignidad, nuestra compasión, nuestra sabiduría y nuestra zozobra. Y perdónenme que me ponga tan estupendo.
Con ese presupuesto inicial, es inútil buscar en el libro nada elegíaco. El concepto del Tiempo es liberado de significados negativos, no hay en él despojamiento, esclerosis ni nostalgia. En un juego metapoético que ilustra bastante bien todo esto, Mondéjar le da la vuelta a aquel otro juego metapoético de Manrique: No desembocan. / Los ríos, en el mar, / siguen su cauce. En otros momentos, como en Introspección, el paso del tiempo es inocuo. Abundan por otra parte las lecciones para engañar a este tiempo e instalarse un chiringuito en sus márgenes, como en En los cauces del tiempo, Libertad accidental, Charles Mingus' Sound of Love, Detención, Lluvia de arena o Huellas. Incluso es posible el Regreso. Es infrecuente en poesía asistir a un trato tan benigno y sugestivo del poeta con el tiempo; de éste en concreto, además, es posible aprender.
Este peculiar tratamiento de lo temporal sale a flote muchas veces durante la lectura, y constituye uno de los materiales más abundantes en los poemas. Lo que consigue Mondéjar con esto es crear un líquido amniótico favorable para el comercio que ha de tener lugar: el trasvase de sabiduría y dignidad de que da cuenta su poemario. El milagro ocurre hasta en lo más profundo de la cotidianeidad: en los juegos del hijo, en las losas del suelo al volver tarde a casa, en una salida a la farmacia, en una tormenta en la autovía, en una libélula que visita brevemente un balcón lleno de macetas. Sin embargo, en este tratamiento de lo cotidiano desaparecen casi por completo el costumbrismo y la introspección, barridos por esa tranquila mística laica que, según Zagajewski, equivale a la poesía misma. El tono, austero e inquisitivo, sesgado hacia lo reflexivo, no es ajeno a la mejor tradición murciana, alérgica a barroquismos y ripios. Pero la sustancia, la humanidad a través que vehiculan estos poemas los emparentan con el universal. Si no están seguros de haber entendido tanta estupende(je)z, ya saben: cuéntenle, coméntenle.
Sr. Espejo, me he vuelto invisible de puro gusto. Le agradezco incluso que no me apercibiera en su momento, pues la sorpresa ha sido así mayor. Le llamaré en breve para degustar los mojitos (o los gintonics) prometidos. Un abrazo.
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