EL DÍA QUE DEJÉ DE LEER ETCÉTERA
Qué gran día para dejar de leer El País. Me refiero al fastuoso reportaje que un Pablo Ximénez de Sandoval en pleno ataque de síndrome de Estocolmo le dedica al gremio de los lobbistas, ese colectivo maltratado. De lo más matter of fact nos enteramos de la presión ejercida por el lobby farmacéutico contra la ley de los genéricos (un gran trabajo, desde luego), o de las formas de manipulación que emplean según la composición de la cámara, o de la leyenda negra que aún hoy rodea a estos respetables profesionales, que exigen a la administración más derechos y más libertad para ejercer su oficio en los pasillos del Congreso de los Diputados. Ni una palabra, por supuesto, de qué pasa cuando las grandes empresas contratan servicios de lobby para imponer sus reivindicaciones contra las de sus clientes, o en realidad las de cualquiera que no sea una gran empresa, porque a ver quién paga las pedazo de facturas que pasan estos tipos. La práctica generalizada de los lobbys equivale a la celebración de juicios en los que una de las partes no tiene abogado. Por mucho que faciliten el trabajo analítico de los diputados, deberíamos recordar que éstos están ahí para trabajar al servicio de, precisamente, quienes no pueden pagarse lobbistas. Se les ha olvidado mencionarlo. Será porque en El País es la primera vez que oyen la palabra lobby.
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