CIUDADANO KAPOR
He estado leyendo el texto de la tan traída y llevada Ley de Memoria Histórica. He encontrado lo que ya sabía que iba a encontrar: que no hay anulación (sino declaración de ilegitimidad) de los juicios de la represión franquista, que la Fundación Valle de los Caídos honrará a partir de ahora a las víctimas de la guerra civil, que habrá un censo de obras realizadas con trabajos forzosos, etcétera.
No sabía que se le fuera a conceder la nacionalidad española a los brigadistas internacionales. Encontrarme con ese artículo (el 18) me ha lanzado como a través de un túnel al verano de 2002, en la casa de Čedo Kapor, en Sarajevo. Čedo, que guardaba en una caja de zapatos su extensa correspondencia con la Pasionaria (partes de la cual traté de traducirle esa tarde, aunque evidentemente no era la primera vez que alguien lo hacía para él), que combatió en Tortosa mientras caían chuzos de punta y aún así grabó en su memoria TODAS las canciones del frente que podía haber, que fue retenido en un campo de refugiados francés nada más salir de España, para acabar de partisano en Serbia contra los nazis, que era amigo personal de Tito y rechazó puestos importantes en el apparatchik yugoslavo para dedicarse a escribir más de treinta obras (entre ellas una enciclopedia de ocho tomos) sobre la guerra civil española, que apenas entendía nada de lo que había pasado en su propio país entre 1992 y 1995 en parte porque en su cabeza seguía de alguna manera junto al Ebro de sus veinte años, que fue capaz de sacar a los pocos amigos brigadistas que aún quedaban vivos de Sarajevo ¡en 1994! para acudir a un acto de homenaje en Madrid, que quería sobre todo (con la ingenuidad que a veces da la vejez) que su país siguiera recordando esas historias, más allá de su propia guerra civil, para siempre. Que murió en 2004, casi con toda seguridad enfrascado en su batalla de hacía más de sesenta años, y bueno, compañero, que a partir de hoy has vuelto un poco más.
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