EL GRAN APAGÓN DEL BARRIO DEL CARMEN
Es sabido que el más mínimo acontecimiento puede sacarlo a uno de la casilla de la costumbre y enfrentarlo a un punto de vista nuevo, ¿no? Una especie de Aleph que andaba debajo de los cojines del sofá, y uno sin enterarse. Miré en el Aleph de un apagón general en mi barrio justo anoche, y me gustó lo que vi.
Vi más bien poco, claro. Me asomé a la ventana y me encontré a todo el mundo haciendo lo que yo. Hablando a gritos, riéndose, blandiendo -los niños- linternas. Empezó a sonar un piano. Los bielorrusos de la ventana de al lado fueron los primeros en prender las velas. Los coches se cruzaban por la calle como barcos en la noche que no hubieran de verse nunca más.
Pensé que no estoy seguro de que nuestro nombre sea el de clase obrera. Ni de que los que piensan que somos una mierda no tengan razón, ni de que los que se largan del barrio porque esto ya no parece España no sean más listos que yo y sepan algo que yo no sé. Pero al venirme aquí con mi familia aposté por lo contrario. Pensé que tal vez esa visión y esa música eran mis ganancias.
A las diez y media volvió la luz. Se oyeron palmas y un vivan los novios. El piano cesó de golpe.
La luz y las calles del barrio, las escaleras pobladísimas del metro, los dominicanos del bar de abajo bailando, la cerveza Alhambra del bar de la esquina, la sonrisa de la chica china que acaba de abrir una tienda de ropa más arriba, grupos de muchachos y muchachas riendo y subiendo por la calle Delicias. Amed, el quiosquero, que nunca saluda (siempre leyendo) y la alegría que se cuela en los fragmentos del verano frente al museo del ferrocarril.
ResponderEliminarVienvenidos a Arganzuela.
Yo también me quedo con mi barrio.