miércoles, 21 de marzo de 2007

JOSÉ LUIS REY / LA FAMILIA NÓRDICA




(Ya sé que muchos de ustedes habrán leído la reseña que de este libro y de otros del mismo autor hizo hace poco nuestro faro y guía y que frente a eso todo lo que uno diga va a sonar a poco y a repetido, pero me ha gustado tanto este libro y me ha sugerido tanto que no me voy a resistir a colgar mi propia crítica, que para eso están los blogs de cada uno, para poner todo lo que se te ocurra y que luego no venga a leerlo ni Pedrete. En fin:)

Porque el autor llama repetidamente a la poesía canto a lo largo de todo el poemario y por el predominio de una riquísima imaginería de corte irracional es inevitable hablar de lo órfico al enfrentarse a la obra de José Luis Rey. Ahora bien, nadie espere un libro hermético, en el sentido que se suele dar a la etiqueta órfica en poesía, y sí más bien una colección extraña (i.e. profunda, i.e. oculta, i.e. onírica, o cercana al mundo de la infancia, ver el prólogo al Autorretrato en espejo convexo, de Ashbery, que firma Julián Jiménez Heffernan para la edición de DVD, 2006) de poemas.

Un libro marciano, pariente lejano y bastardo de los momentos más lisérgicos de Carlos Edmundo de Ory o según qué novísimos, y recorrido de punta a punta del surrealismo más amable, el de Blaise Cendrars, por ejemplo, aquél que no busca una puesta constante en cuestión de sus mecanismos expresivos sino una práctica liberadora porque sí, una manufactura de imágenes exentas, sin vertebración teórica coercitiva. La toma de posición de Rey parece consistir en dar un paso atrás para colocarse en un espacio anterior a toda toma de posición, y encontrar en ese espacio la fuente prelingüística de una poesía lo menos encorsetada posible. Es a esta (no-)praxis, me parece, a lo que el poeta llama canto en el poemario. Lo que pone en marcha y mueve el fraseo de cada poema es en gran medida su propio y característico ritmo, un dibujo, insisto, prelingüístico, que precede a los versos, los determina y los produce.

Semejante desapego del apparatchik teórico casa mal con las poéticas posmodernas, siempre dispuestas a imbricar sus propias justificaciones metaliterarias en los poemas, en un recurso en trance de convertirse en clásico a estas alturas. La prueba del nueve estaría, sin embargo, en la no renuncia de Rey a entonar una poesía total, portadora de (esa palabra aborrecida) una cosmovisión suficiente y enriquecedora a la manera de los maestros Whitman o Juan Ramón Jiménez. Iluminadora a este respecto es la cita del omnipresente Wittgenstein que abre el poemario: Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico. Tendré que volver a remitirme a nuestro particular faro y guía, de donde extraigo la idea de la vuelta de la poesía moderna, alentada en nuestro país por los teóricos de la Universidad de La Laguna, como un modo de contextualizar el intento, por otra parte tan atípico y refrescante, de Rey en su obra.

Al margen de estas consideraciones previas, lo primero que sorprende y seduce de este libro es la calidad de su fraseo y de su imaginería. Efectivamente, con los mismos mimbres se pueden hacer libros horribles, y éste es espectacular.

El lenguaje es fiel al catálogo simbolista y modernista, muy respetuoso con sus valores evocativos: así el predominio de los elementos naturales, la ausencia de neologismos, el horror a cualquier forma aun leve de cacofonía. No cabe esperar juegos de ingenio ni coqueteos con otros niveles lingüísticos no sancionados por la costumbre como líricos. No se da la tan común tendencia barroquizante (en la posmodernidad) a utilizar la ironía como motor léxico. Oh dinos cómo curarse de la ironía, la descarnada invocación de Adam Zagajewski, podría ser suscrita también por Rey, no terminando aquí las coincidencias entre las poéticas de estos dos autores (por ejemplo, coinciden también en mi mesilla de noche). El autor parece creer en la verdad de este lenguaje lírico y utilizar esa creencia para a continuación descolocarlo todo, revolver las inercias combinatorias, mezclar la fresa con el chocolate y ofrecer en el menú del sintagma (del verso, del puro fraseo, entendido este término en la acepción jazzística) sabores nuevos, y no tanto con la técnica surrealista del cubilete semántico como con la pura exploración en lo desconocido en que debe de consistir hacer poesía de verdad, si lo que dicen por ahí es cierto. O cómo explican ustedes que en un momento del poema que reproducimos se llame a la poesía (me parece) alfabeto de arena en la boca de un príncipe.

La imaginería abunda en lo ya apuntado para el lenguaje: ningún elemento, tomados éstos uno a uno, se sale del repertorio ortodoxo. Ahora bien, nadie dijo que las combinaciones tuvieran que sonar a siglo XIX: vestidos sumergidos en harina solar, girasoles en tierras submarinas, una borrasca brillando en los pechos de una muchacha (sí, usted diría las tetas de una chica, y qué), etcétera etcétera. Digo etcétera porque los períodos son amplios (pero extremadamente precisos, lean en voz alta y verán), el caudal generoso, las visiones frecuentes, el posgusto afrutado.

Y hasta aquí lo que se me ha ocurrido. Les dejo con un poema, que ya tardaba:


APARICIÓN DE VENUS EN LAS BAÑERAS DE HUNGRÍA

Mis niños con las manos perfectas de robar.
Mi maleta llena de pájaros.
Los ladrones volaban
y esperan cada tarde el momento adecuado, mi dinero, mi vida,
y espían los milagros y siempre tienen sed.
Y entonces, bajo rosas, a ciegas, entre el cielo,
en todos los tejados, dilo así.
Y di cómo soñábamos,
y quiénes fueron jóvenes, y quiénes sumergieron sus vestidos
en la harina solar para ver otros días
y nada se les dio.

Y es que a veces las lágrimas incendian los desvanes,
resbalan lentamente, no suenan al caer.
Y los ahogados llegan a las panaderías.
En los cines burbujea un volcán, bailaremos tal vez
un día transparente.
¿Cómo estás?, no conozco
girasoles en tierras submarinas.
Y algo así, sin embargo, una muchacha de luz
abre la puerta del alba
y está desnuda. La borrasca brilla en sus pechos.
El mundo es amarillo, nadie quiere morir.
Pero una raza de ladrones vuela.
Su pulsera, su gracia, sus palabras,
aquel tacón de mayo clavándose en el mar.
Vivir es estar dentro de una huella encendida,
cantar como las sábanas al sol, la hierba en las terrazas.

Qué misterio después: por los grifos abiertos sale el día,
desbordando la tierra sale el día,
sale el día
y no sabemos nadar.
Ay quién querrá subir, quién dirá soy cartero
y contará la historia,
llevará las palabras más allá de la niebla
y dirá cómo éramos, qué cosas tartamudas nos gustaban,
qué alfabeto de arena en la boca de un príncipe.

En el cuarto de baño se evapora el amor, un poema es un eco,
un poema es un eco.

¡Nuestra Señora del Verano vive!
Dentro de su tacón están los Andes.
Y cuántos francmasones
se reúnen a oscuras detrás de su rodilla.
En las calles más frías, en su hermosa nariz
nos creímos a salvo, pero ahora
estamos obligados a ser música.
En mi ventana culta seré joven. Allí he visto caer
enormes tulipanes, los pendientes rosados que se puso
y el vestido estampado de la infancia.
Un día volverá
y aquellos que la amaban ya serán su cabello,
saltarán en sus ojos, bajarán por sus brazos.
Su respirar eléctrico será respiración.
La muchacha amarilla nos ha visto robarle
y nos alza en su mano, quién podrá
resistir un momento, acercarse a su oído y en voz baja
decirle que nosotros, tan frágiles, la hicimos.