lunes, 17 de noviembre de 2008

IDENTIDAD

¿A qué te dedicas? es una pregunta inocente que suele presentarse cuando conoces a alguien. Siempre que me la hacen, mi cerebro abre una carpeta llamada Identidad (ubicada en Mis Documentos), saca una hoja de papel donde dice Aprendiz de poeta y envía orden al órgano lingüístico para que produzca la frase soy aprendiz de poeta, pero en el último momento se topa con un post-it amarillo que hay pegado en el papel y que reza: ¡Ojo! ¡No usar! Entonces paraliza la orden (a veces me pilla a medio pronunciar la frase) y rebusca por las notas sueltas que quedan por la carpeta. Encuentra por fin la que pone Administrativo y ejecuta. Todo el proceso se lleva algo de tiempo (en todo caso algo más de lo normal), y queda raro. En fin, en fin.

Mi primer poema fechado es del día tres de marzo de 1992: un cumpleaños alternativo que nunca celebro pero que anda por ahí y tiene su importancia. Tengo la suerte de haber aprendido, una después de la otra, tres cosas muy útiles muy temprano. La primera es: que lo que quería hacer con mi vida era eso, escribir poemas, tratar de convertirme algún día en un poeta. La segunda (que corrige a la primera) es: que lo de querer hacer con la vida de uno no tiene el menor sentido, porque la vida no es un material de construcción que uno pueda coger para fabricar nada. Entonces, lo que quería no era hacer de mi vida una fábrica de poemas, sino añadirle los poemas suficientes, los poemas válidos, tan brillantes como pueda, mientras dure. La tercera también corrige o modula a las otras: que más allá de escribir de vez en cuando puñados de poemas y coserlos en forma de libro, no debía esperar nada más (ni nada menos) de la poesía. Me explico: no soy ningún maldito. Por supuesto que me encanta publicar libros, ser antologado, aparecer en revistas, y las críticas elogiosas, sobre todo cuando provienen de desconocidos, me dan gustito. Porque todo ello constituye un juicio positivo, y mi moral no es de hierro ni puede prescindir tan a la ligera de esos indicadores de estar haciendo algo bien. Pero creo que es muy importante impedir que todo eso pase a ser lo primordial: lo primordial es lo que contienen mis tres viejos postulados, y ya. El autocontrol no es tan fácil. Tras la publicación de Música para ascensores, que tuvo maravillosas críticas y que me procuró, además del premio, un buen puñado de recitales, viajes y colaboraciones, me encontré de repente buscando mi nombre en el gúguel un día sí y otro también. Sin escribir. Un aprendiz de poeta que no escribe y que se pasa el día buscando su nombre en el gúguel. Ven por dónde voy, ¿verdad?

La identidad, el nombre, la obra, el proyecto, el número de resultados en Google. La idea que uno tiene de uno mismo. Y, por otro lado, las palabras que pronuncia o escribe, mucho más humildes pero al mismo tiempo mucho más poderosas, capaces (por suerte) de poner en cuestión todo lo otro, hacerlo tambalearse o, mejor, cambiar, crecer. Pues qué coño. Me la juego. Me apuesto las dos manos. A las palabras, claro.

2 comentarios:

  1. UNO MISMO DE NECIO

    Sé el hombre de la
    obra de tu vida
    y olvídate a ti mismo
    para pronunciar la palabra
    del mundo

    “¡Atento a tus pensamientos!”

    La falsa humildad, el falso desprecio
    por uno mismo, lleva
    a la explicación superflua,

    Al cabo de un
    significado hay una tangente
    de interferencias del cerebro,
    elúdelas &
    acaba donde acabes.

    Las interferencias del cerebro tienen su lugar
    únicamente en el párrafo
    de las interferencias del cerebro.

    Canuck, no acumules
    razones para tus
    actividades.


    Bueno, probablemente lo conoces [J Kerouac, “Libro de esbozos”; trad. Eduardo Iriarte]. Me ha parecido que, tangencialmente, tocaba alguna de esas interferencias del cerebro que comentas en la ciber-metáfora, al comienzo del post. Yo también apuesto, las dos orejas, por tus palabras.
    Saludos,

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  2. ¡Maravilloso, Pepe! Siempre me fascina que alguien se lea de verdad las entradas de este blog... pero es que este comentario me supera. Muchas gracias y sí, parece que Kerouac también estaba del lado de las palabras (el zen es lo que tiene). Todo oquei.

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