miércoles, 30 de abril de 2008

SOBRE UN TEMA DE RAYMOND CARVER

Supongo que habrá pocas cosas tan bonitas en el mundo como una mañana de finales de abril en mi ciudad. Es una forma de belleza que parte de lo estético y se interna en lo emocional; este tropo es el que tenía en mente Shakespeare cuando escribió Shall I compare Thee to a clear summer's day?, es decir, cuando utilizó una imagen meteorológica para hablar de la hermosura de una muchacha.

La sensación creo que la conozco bien y es una de las fuentes capitales de la poesía universal, desde siempre. Pocas emociones tan poderosas para sentar a una persona a escribir un poema. Ahora bien, de aquello hace ya nueve horas, y no precisamente contemplativas ni literarias. Ha sido un día muy largo y el tránsito de papeles desde la nada hacia la nada no ha decaído ni un minuto. El poema, simplemente, no está. Es el momento en que empiezan las preguntas, como para qué sirve un poema. El momento del cansancio y de las poéticas. Justo donde, dice Carver, quien pospone sus poemas deja de merecerlos. Y, también, la hora de marcharme a casa.

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