LO QUE NO LE DIJE AYER A MI AMIGO PACO AL ENCONTRARNOS POR LA CALLE
Acuérdense de cuando la mayoría de sus amigos se estaban independizando: los alquiladores contra los compradores, los que apostaban por los muebles de segunda mano contra los fans del Ikea (que en esa época les suponía tener que meter a los amigos en una furgoneta prestada e irse a Madrid a pasar el día). A continuación llegó la ola de las bodas: por la iglesia vs. por el juzgado, lista vs. cuenta corriente, etcétera. Y por supuesto después la avalancha de críos que dejó los bares de siempre desiertos de caras conocidas e instauró la tan anglosajona costumbre de las dinner parties (a ver qué remedio) por nuestros meridionales pagos. Qué les voy a contar a ustedes, de la fea burguesía, que ya no sepan.
Sin embargo, la fase que viene ahora es un poco diferente. Cuando nos vamos encontrando a viejos amigos y la historia que tienen para contarte es la de su divorcio (con proceso judicial incluido), los pormenores de la custodia de sus hijos, las pensiones por manutención, los pisos, clásicamente de alquiler, a que se han ido a vivir. Y ya a nadie se le ocurre aquello de vamos a tomarnos unas cañas y me lo cuentas mejor, cosa tan natural al encontrarte con un viejo compadre de la facultad una tarde de jueves en la feria del libro como ocurrió ayer. Algo ha cambiado y seguramente tendrá algo que ver con eso que llaman madurez y que no lo es en absoluto, y da frío. Eso sí, dicen por ahí que antes de todo esto no era posible escuchar Frank's Wild Years. Eso que nos llevamos.
Tampoco era posible aprehender esos conceptos puramente murcianos: la pesambre y la cansera. Me quedo con Tom Waits, señoras y señores.
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